viernes, 27 de agosto de 2010

Todas las calles que he visto en sueños se acercan a mí. Tienen vida. Son celestes, son grises, son violetas. Tienen jardines saturados de frondosos árboles. Están cargados de flores de todos los colores cálidos existentes, en la amplia gama de matices de primavera de mis sueños quebrados.
La brisa los sacude a momentos. Yo no puedo dejar de observar sus recovecos, sus aceras incrustadas de huellas peatonales dispersas, su aroma a césped recién cortado, la sensación de seguridad sumergida entre las luces doradas del astro, que me iluminan durante horas, mientras pienso, mientras agradezco, mientras escribo.

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